Historias de universitarios, travestis, y Valparaiso.

Debemos enfrentarlo. Valparaíso NO es París. Patrimonio de la humanidad o no patrimonio de la humanidad, no es de las ciudades más limpias. En realidad, es bastante... bueno, poco limpia, a fin de evitar el adjetivo "putrefacta". Tampoco es la más bella de las ciudades bohemias. No es escenario digno de una película de Tarantino (Aunque podría ser una muy buena para Peter Jackson; además, tendría que pagar mucho menos por los extras, y por su vestuario. Bastaría con usar parte de la localidad, esa que se ubica en los lugares aledaños a calle Brazil). Valparaíso no es de ninguna forma Viña del mar. Es más, si me preguntaran para ubicar dos ciudades en una conurbación, mi criterio número uno sería sin duda alguna la homogeneidad de ambas. Y Viña del mar y Valparaíso tienen de homogéneo lo que tiene de pariente relativo un Camello y un pingüino. No es que yo sea un zoólogo experto, pues de animales sé lo que sé de cosmonáutica, pero me parece que un pingüino y un camello tienen lo que Valparaíso y Viña del mar tienen de similares. La última es una ciudad luz. No tengo idea que significa la frase; la leí en un viejo artículo del reader's digest. Pero sonó linda. Y representa como imagen lo que es Viña del Mar, un meollo de luces casi parafernalias impuesta sobre una pomposidad rimbombante de señores con bastón y maletín, y señoras con medias de seda, y parasoles caminando por Avenida Valparaíso, de la mano, probándose vestidos de Gala. Y el epítome de la pomposidad, el casino, refleja claramente la autonomía de auto identificación de la ciudad. Podemos comparar, con el fin de explicar mejor el punto de esta entrada bloggera, dos de los edificios emblemáticos de ambas ciudades; por un lado, el Casino de Viña del mar, y por otro lado, la Ratonera de Valparaíso. Para quienes no conocen el casino (los muy pocos) es un edificio público que consta de un hotel, una disco farandulera y pomposa (y a veces ridícula), un Hall de eventos y, bueno, algo con lo que todos los casinos cuentan; un salón de casino, con traga-perras (juego de palabras intencional), salas de poker, etc. Para quienes no conocen "la Ratonera" (los muchos) es un edificio a medio demoler y a medio remodelar ubicado en calle errázuriz. No es difícil de ubicar; camine por la costanera, sin mirar la playa no visible, y el primer edificio que le provoque nauseas y posibles vómitos será la ratonera. Casa de el 40% de los drogadictos de Valparaíso, es sin duda una de los más emblemáticas construcciones (o deconstrucciones) de la ciudad; más que por el estado ruinoso en el que se encuentra, por que, feo, hediondo, y nauseabundo como es, representa en gran parte lo que Valparaíso tiene, que ninguna otra ciudad del mundo tiene. Ni siquiera París. Ni siquiera las ciudades de Tarantino.

Así comienzan las historias de universitarios, travestis y Valparaíso. Con una introducción así de larga, poco me queda a decir, excepto lo que realmente debo; Valparaíso es una ciudad mágica. No, no es Hogwarts (aunque mucho tiene de). Tampoco es Lothlorien; la magia de Valparaíso es un embrujo extraño, marineo, con sabor a sal y olor a perfume barato; no es de extrañar que sea una ciudad universitaria. Los más sensibles y susceptibles al embrujo bohemia de la hechicera porteña son los jóvenes. Jóvenes que deambulan en el dicotómico mundo de los académicos universitarios caminando apurados a dictar sus cátedras a las 7 am, y los travestis desnudos y depresivos que ofrecen felación por monedas. Caminan por el filo de la navaja, pues es la sangre uno de los elementos del hechizo que Valparaíso impone sobre los corazones de las personas que, tan solo visitarla, llegan a amarla, con un sentimiento de deseo y lujuria; con ganas de refregarse piel a piel con la bruja, de ser embriagado en sus licores y de saborear su sexo lleno de prostitutas cuarentonas y desgastadas, de marineros tristes y añorantes de volver a su amor, su Valparaíso, y a quien a ella representa su esposa, y a jóvenes perturbados y añorantes de un futuro distante. Valparaíso es una ciudad de contrastes, sin duda, pero más importante aún es una ciudad de personajes. Cada persona, cada habitante representa en si el ánimo Valparisino (nuevamente el juego de palabras es intencional), todos son importantes, todos son pintorescos, todos son parte de la fauna única de almas que el embrujo confunde, y seduce. Si carreteas en Valparaíso, podrás encontrarte con el clon de Elvis (el oficial que, según él, cantó con el original hace años olvidados, historia que te contará frente a un par de birras), con personas de sexualidad turbia buscando aventuras, con jóvenes universitarios necesitando y añorando templanza carretera a través de los combates bohemios en el campo de batalla de la noche, con adultos que han vivido sus vidas al límite y sus ojos son libros que cuentan historias que pueden horrorizarte, consternarte, o enternecerte; o ancianos que aún buscan su último asalto. Tal vez, a los extranjeros de el imperio valparaisino les parezca pintoresco, fascinante, curioso, cuando miran desde afuera. Pero basta un pie adentro para que el embrujo les consuma el alma, y pasen a ser un alma más que da forma al espíritu del mar. Pues, cuidado viajeros al acercarse a la ciudad dormida, pues consume el alma, y te enamora como nunca antes nadie. Y contarás tu historia a otros viajeros en un bar, frente a birras. Y tendrás tu historia, tu historia valparisina, como todos quienes pasamos por ahí.


Y probablemente podamos protagonizar alguna película de Tarantino. Sería buen guión.

A los cinéfilos, les dejo un regalo. La película SAW 2 en descarga directa, para que la vean. Consejo de Kaede: disfrútenla quienes adoran los thrillers inteligentes y gore.

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Canción del día: Rolling Stones - Anybody seen my baby
¿Cómo estuvo el día de hoy?: Despejado con neblina matinal causada por exceso de alcohol que se evapora y queda dentro de mi pieza, formando una especie de camanchaca.